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Una taza de café




Vanessa observó que el mismo anciano del día anterior había ingresado a la cafetería donde ella trabajaba. Con su paso lento y respirar profundo, se fue acercando hacia la barra donde estaba atendiendo ella y se sentó en un taburete. Dando un suspiro bien largo, seguido de una sonrisa, el viejo susurró: - "Una taza de café".

Antes de que Vanessa pudiera preguntar qué tipo de café deseaba, él ya se había levantado de su asiento y se dirigía hacia la misma mesa solitaria y esquinera en la cual se había acomodado el día anterior. Mientras ella esperaba que le entreguen el pedido para llevárselo a su cliente, no podía dejar de ver su rostro arrugado, pálido y sus ojos que poco a poco se iban cerrando.

Con toda la atención que estaba poniendo en observarlo, no se dio cuenta que ya habían transcurrido algunos minutos y la taza de café había sido colocada sobre la barra sin que nadie le avise a ella que ya se encontraba allí. Al darse cuenta, agarró la primera bandeja que encontró a la mano y colocó el pedido sobre ella, junto con un tarro de azúcar, una cuchara pequeña y dos servilletas. Acto seguido, cruzó la cafetería hacia la solitaria mesa y entregó el pedido al viejo.

Al parecer, él no había notado su presencia pues siguió dormitando. Pero al momento en que Vanessa dio media vuelta para regresar a su puesto, sintió como una mano grande y sudorosa la agarraba por el brazo y le decía: - "Espera aquí, pequeña". Vanessa era una mujer adulta, de 27 años de edad recién cumplidos, pero aquella frase no la molestó en lo absoluto ya que al lado de dicho personaje, ella se sentía como una niña debido a la edad avanzada que él aparentaba tener. Cuando ella volteó al sentir la mano, vio cómo su cliente se tomaba todo el café de un solo sorbo sin importarle que el mismo ya se encontrara tibio.

Vanessa agarró la bandeja nuevamente y se la llevó con tan solo una taza sucia, puesto que él no había utilizado la cuchara ni una servilleta para limpiarse. Volvió a la barra y, al voltear a ver, el anciano se había esfumado de una manera muy extraña para ella, ya que había transcurrido muy poco tiempo como para que él saliera debido a su andar tan lento.

Y así transcurrieron los meses, repitiéndose la historia todos los días, sin ninguna excepción. Cada vez que ella lo veía entrar, hacía el pedido a la cocina en voz alta, para que el viejo pueda oír, pero parecía que el mismo ya estaba perdiendo su capacidad auditiva pues siempre se acercaba lentamente a la barra y pedía: - "Una taza de café", la cual consumía de un solo sorbo pues le llegaba tibia.

Era como si el resto de consumidores de la cafetería conocieran al anciano y hasta parecían temerle, porque siempre dejaban vacía la mesa esquinera y ni siquiera se atrevían a sentar en los lugares contiguos. Pero Vanessa le había agarrado cierto cariño extraño aunque cada día él cruzaba solamente un par de palabras con ella para realizar su pedido y nada más.

Y los días pasaron, hasta que Vanessa recibió la llamada del gerente de aquella sucursal de banco a la cual había aplicado. Había sido aceptada para el puesto. Como nunca tuvo una relación muy profunda con sus compañeros de trabajo, no sintió pena por dejar la cafetería, pero sí algo de aflicción que ni siquiera ella podía entender, por no volver a ver más a su "amigo" el viejo. Al cumplirse los días de ley que ella debía permanecer en su antiguo trabajo, el anciano se acercó a la puerta de entrada del local, pero como si hubiera presentido que Vanessa se marchaba, dio media vuelta y se alejó. Ella salió tras él pero no lo pudo divisar.

Cierta noche, Vanessa fue a tomar un café con su mejor amigo en la misma cafetería donde ella había trabajado. Al entrar, notó que todo seguía igual excepto por un detalle, la vieja mesa esquinera había sido reemplazada por una máquina dispensadora de gaseosas. Cuando la vio entrar, su antiguo jefe se dirigió a ella y le contó que un hombre un poco menor a ella, había llegado hasta el local buscándola para entregarle un sobre que tenía escrito "PROPINA" en la parte frontal, con una letra muy temblorosa. Al abrir ella el sobre, encontró algunos billetes que no sumaban una gran cantidad, y también vio una pequeña foto con la cara del anciano sonriendo. Parecía como si la imagen le sonriera a ella, y no únicamente en la fotografía. Envuelta entre los billetes, halló una pequeña nota en la cual estaba escrita la dirección de un cementerio y el nombre y apellido de un hombre.

Sin acordarse de que su mejor amigo se encontraba con ella, o talvez sin siquiera importarle, Vanessa salió a la calle y tomó el primer taxi que encontró. Entre sollozos y con lágrimas en los ojos, indicó al conductor hacia dónde deseaba dirigirse. Al llegar al cementerio, preguntó por la tumba con el nombre escrito en el papel y le indicaron como llegar.

Corrió por todo el lugar hasta que no pudo ir más rápido de tan cansada que estaba. Al llegar a la tumba del anciano, tuvo una mezcla de emociones por lo que sus ojos vieron. Frente a la lápida, había una taza de café... caliente.
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